Descripción
Fragmento del Libro:
El pesimismo suele ser el desapruebo por la existencia. Es la rebelión de la soledad por la que el poeta se detiene en sí y no calla, sino exterioriza hacia adentro su guerra existencial, su herejía. El poeta es un desnacido. Por eso el poeta nombra. Por eso se deshace de lo ya establecido por su antiguo adversario: la filosofía. Y en el ardor del desasosiego, nombra, reedifica, plantea y cuestiona. Pero en aquello nombrado, no hay complacencia. En aquello surgido de su insilio no hay contento. Y vuelve a nombrar como si lo percibido, lo tocado, lo manifiesto fuera lo reconciliador. Porque el poeta reconcilia —o, al menos, eso intenta— el ser con lo percibido, lo innatural, lo exento a la razón. Lo es, inevitablemente, porque siente; pero ese sentimiento no es fuego, sino silencio porque la poesía ha dejado de ser una confrontación para volverse ruptura con lo establecido entre lo amatorio y la conformidad. Poesía esta despojada de toda banalidad, presenta ese instante donde perdura el vacío. Sobre todo, la vitalidad del dolor ante la decepción. Y así entramos a la substancia, en la palabra, eso que es materia de tiempo y espera, acaso la certeza de encontrar en ese instante lo que, terriblemente, se ha ido. ¿Cómo entonces superar la provocación de aquello que nos hace regresar al instante primero? ¿Qué nos obliga a mantenernos impasibles, inseguros, sin esperanzas? Es aquí cuando se cumplen las palabras de Emil Cioran cuando dice: «No pedir jamás al lenguaje que realice un esfuerzo desproporcionado a su capacidad natural, no forzarlo, en cualquier caso, a dar lo máximo que posee. Evitemos exigir demasiado a las palabras, por miedo de que, extraviadas, no puedan ya cargar con el peso de un sentido».
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