Tras las huellas de la Virgen de las Nieves

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La Virgen de las Nieves es la patrona de la isla de La Palma. El componente migratorio de esos isleños en el centro de Cuba está catalogado como uno de los que más influyeron en la comunicación de las tradiciones entre los dos lados del Atlántico.
José Ramón Crespo nos ofrece un testimonio que deviene en una seria investigación del autor para sacar a la luz los vínculos de esta advocación de la Virgen María y su presencia en la isla antillana, especialmente en el pueblo de Guayos, de la actual provincia de Sancti Spíritus.
Cada capítulo nos acerca a esas experiencias míticas que confirman que la relación de esta religiosidad, entre los pueblos cubanos y canarios, estuvo marcada por el ir y venir en un proceso migratorio entre estas islas y que acaeció durante muchos periodos, pero que fue significativo en la primera mitad del siglo xx.

Descripción

Fragmento del Libro:

Los avatares de un principiante

No quise despedidas; por ello, preferí sacar mi pasaje en ómnibus para el propio día 20 de septiembre de 2007 en horas de la mañana. Consideré que tendría el tiempo suficiente para estar en el aeropuerto de la capital dos horas antes del vuelo de la compañía española Iberia, para el cual tenía mi boleto reservado por vía electrónica en viaje Habana-Madrid-Tenerife-La Palma. Dicho así, parece muy sencillo; pero yo era primerizo en esos trajines. Del aeropuerto, conocía sus áreas exteriores. Ignoraba los trámites de aduana, el despacho de equipaje y no imaginaba el bullicio de los que llegaban y salían. No tenía idea de los precios exagerados en estas instalaciones, aplicados sin excepción a productos de artesanía, alimentos, libros o algún souvenir.

Mi equipaje era pequeño, lo indispensable para unos días. En el de mano, lo más significativo eran dos cajas de tabaco cubano, una botella de ron corriente y una de vino criollo que me pareció el mejor regalo del mundo para obsequiar a un amigo que, por demás, es un gran conocedor de esa bebida. Quería sorprenderlo, en tierra de vino de uva, con el brebaje de mi amigo Noel, el productor artesanal, quien se empeña en cumplir la máxima martiana: “El vino, de plátano; y si sale agrio, ¡es nuestro vino!” Los controles de aduana no se impusieron en absoluto y los tres productos que he señalado me acompañaron hasta la Península Ibérica sin contratiempo alguno.

Esperé ansioso el llamado para abordar la aeronave. No tenía idea del confort interior, el número de pasajeros, ni siquiera la forma en que se distribuían los asientos dentro de aquel aparato cerrado. En esto último, estaba precisamente mi gran preocupación. Creí y creo que son demasiadas horas bajo ese enceldamiento celestial. Sabiendo, además, de mi grave dificultad para conciliar el sueño en esa o similares condiciones, no tuve otra alternativa que resignarme a tocar una y otra vez, para comprobar la presencia en el bolsillo de mi chaleco, del aparato que daba confianza a mi psiquis, si se producía, aunque no lo esperaba, un ataque de asma.

No quería demostrar mi condición de novato. Por ello, cuando en algún momento aparecieron por los estrechos pasillos de aquel avión las gentiles azafatas, ofreciendo prensa, calcetines, audífonos o alimentos, no dudé, en más de una ocasión mirar de rabillo de ojo, a una española contigua a mi asiento, y que a la postre se convertiría en mi guía, para copiar sus acciones sin tener que preguntar demasiado. En una de esas oportunidades en que se distribuyó alimentos, no fui lo suficientemente competente para saber qué contenía aquella barrita de color amarillo verdoso, similar a la plastilina, y que preferí guardar a ingerir, hasta pocos días después, en que, en la soledad de mi habitación, pude descubrir tras una sonrisa solitaria, que el ofrecimiento español no era otra cosa que una manera sofisticada de presentar alguna variedad de queso.

A decir verdad, las nueve horas de estancia en aquel espacio enclaustrado, las sorteé mejor de lo que esperaba. Una buena parte del tiempo lo dediqué a observar, en el monitor que me correspondía, la trayectoria que seguía la nave, la velocidad crucero, la temperatura exterior, la hora estimada de llegada y otros detalles. No podía comprender cómo la ruta escogida, o mejor dicho, asignada como corredor aéreo, nos llevaba a sobrevolar toda la costa este de los Estados Unidos, casi hasta los límites con Canadá, según mi apreciación, a partir de la cual una parábola sobre el océano Atlántico nos llevó de picada a pasar, primero, sobre Portugal; para, posteriormente, adentrarnos en territorio español.

Me resultó normal salir de noche y llegar de día. No pude percatarme del cambio de horario ni las horas de diferencia del lugar de salida con el de llegada. Cuando pude divisar los primeros claros del día, aún en mi tierra era de noche. Mi compañera de viaje me ofreció su asiento para que yo apreciara por la ventanilla la geografía española. Alcancé a ver riachuelos, áreas boscosas, campos acanelados muy bien cuadriculados, autopistas con infinidad de puntos que se movían a uno y otro lado, elevaciones de verdores opacos, grandes torres de transmisión de electricidad y, cuando parecía que sobrevolábamos algunas ciudades, eran perfectamente visibles los repartos residenciales, las zonas industriales y los campos deportivos. En aquel letargo, me sorprendió la orden de asegurar el cinturón de seguridad, pues en breve pasaría la experiencia de mi primer aterrizaje. No sentí temor y no creo que fuera por confiar ciegamente en la pericia de los pilotos, menos, creo que haya sido por valentía; pero, de cualquier manera, me sumé a los aplausos de un nutrido grupo de los pasajeros para confirmar que todo había salido bien.

Estuve de tránsito unas tres horas en el majestuoso aeropuerto madrileño y, sobre las tres de la tarde, pasaba de nuevo los controles aduaneros y de inmigración para abordar el avión de la misma compañía aérea, en esta ocasión, con destino a la isla de Tenerife. Allí quedaron mis botellas que cargaba desde La Habana. Las autoridades españolas no permiten llevar a bordo líquidos de ninguna clase. Las medidas son extremas después de la experiencia yanqui con los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. No me sentí molesto, aquello me daba seguridad.

Información adicional

Autor:

Jose Ramón Crespo Jiménez

Edad:

Todas las Edades

Páginas:

108

Idioma:

Español

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