Apuntes teológicos yoruba

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¿Cómo un libro que descansa en el complejo mundo de la Santería afrocubana puede, en la actualidad, resultarnos novedoso? ¿Cómo, después de haberse escrito obras importantes sobre el tema, emerjan otros que aportan nueva luz y son vitales para ahondar en profundidad y sabiduría?

Apuntes teológicos yorubas-lucumí es una investigación realizada desde dos perspectivas: la experiencia y las prácticas religiosas. Los autores, sin dejo de temor alguno, han llevado a otro plano su aprendizaje: dar testimonio acerca del conocimiento de la religión como oficiantes y practicantes. Se trata de un compendio interpretativo de la sabiduría religiosa. A eso se le une la visión personal, sin que con ello se establezca un dogma ni se construya un canon. Asimismo, representa una mirada sosegada acerca del complejo religioso que es la Santería cubana.  Sin embargo, lo medular para la comprensión de este libro descansa en que no es un tratado ni un manual, sino apuntes desarrollados a lo largo del tiempo. Esto le da otra connotación: la de ser un libro-testimonio, un libro-vivencia y la de poner al futuro lector en contacto con la sabiduría ancestral de una de las religiones más atractivas, por ser auténticas y autóctonas, dentro del panteón religioso universal.

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Descripción

Fragmento del primer capítulo

DEL COSMOS

Para los yorubas, el universo está representado por dos grandes güiras redondas una adentro de la otra como si fueran dos planetas incorporados en un mismo cuerpo. La mayor personifica la bóveda celeste; la otra más pequeña simboliza a la Tierra y a todo el mundo de los seres vivos y naturales. En el espacio que hay entre los dos, en ese éter misterioso y vivo (otonowa), tiene lugar el mundo donde viven los egguns, los orishas y las deidades que conforman el Panteón yoruba. Y allí, como una fuerza que irradia en su creación y origen, en el aliento primero de la existencia, la trinidad sagrada: Olofi, Olorun y Olodumare.

El concepto yoruba de la Creación no está ajeno a la influencia de otras religiones ni a la imaginería simbólica asociada a los elementos naturales con asiento en la imaginación. De ahí que pueda asociarse el surgimiento del mundo y se represente con dos güiras, fruta que abunda en los campos de Cuba y tiene, como la mayoría de la flora, un uso medicinal y relacionado al orbe de la religión y al folclor médico. En tal sentido, por su forma redonda, se asocia a la imagen del mundo. Esto resulta significativo si advirtiéramos la distribución de ese “universo” y cómo la imaginación y conocimiento ancestral lo conjugó a una representación simbólica para agregarle un significado asociado a la labor y presencia de un dios. Así tendríamos que Olofi, habita fuera del universo por ser el Creador; en segundo lugar, estaría Olorun, asociado con el sol como fuerza, trono y pedestal que habita en el borde interior de la güira; por último, Olodumare, quien habita todo el espacio entre la Tierra y el Cielo.[1]

La figura nos representa la concepción del mundo para los yorubas:

Olofi, fuera del universo como creador de este.

Olorun, la puerta entre Olofi y el Universo.

Olodumare, el Cielo o la bóveda celeste.

Orishas y egguns, interrelacionados como mensajeros entre el Creador y la Creación.

Los astros

Para los yorubas los astros son los hijos de los amores entre el sol y la luna, y así lo hicieron constar en los patakíes o patakines escritos que recrean todo su mundo místico y mágico

Patakí

Orun (el sol) y Ochukúa (la luna) mantuvieron relaciones. De su matrimonio nacieron veinticuatro descendientes, doce hembras y doce varones, que eran cuidados por la luna cuando el sol se iba a trabajar bien temprano, mientras brindaba su luz a la Creación.

Un día el sol salió distraído y los hijos varones le siguieron sus pasos. A Orun no le gustaba que sus hijos le siguieran. Al darse cuenta, se detuvo un instante y la emprendió a regaños contra ellos. Estos se cayeron al mar, se apagaron y perdieron. Por eso, de día, solo sale el sol, quien ofrece a sus hijas (irawo), las estrellas cuando salen de noche y acompañan a la Luna en sus recorridos.

La luna como las estrellas y los astros influyen directamente en la creencia mística y religiosa de los yorubas. Estos se rigen por ella para realizar no solo sus cultos, sino para efectuar labores agrícolas y todo lo relacionado con su vida.

Los yorubas deificaron al sol como amo y pedestal de Olofin y lo llamaron Olorun, segundo integrante de la Trinidad yoruba. También divinizaron a la luna, Ochukúa, como dueña de la noche. Cada fase de la luna tiene su significado e influencia dentro del culto y la vida para este como referíamos con anterioridad. Los yorubas, por ejemplo, creían —y así lo hicieron saber a sus descendientes—, que la radiación de la luna en la fase de cuarto menguante, tiene acción maléfica, la cual denominan Ochukúa aro. Todo lo que se realiza en esta fase es malévolo y, su acción, destructiva. Por lo tanto, no debe hacerse nada durante este periodo de tiempo. La luna nueva, Ochukúa muró, es utilizada para realizar las nuevas iniciaciones. La fase de luna creciente, Ochukúa ochure, ejerce una acción favorable sobre los cultivos, los que crecen y dan frutos saludables. En ese tiempo se hacen las ofrendas y sacrificios a los orishas, además se cumple con los oráculos establecidos por estos.

 

[1] A este espacio, los yorubas denominan como otonowa, el cielo, la bóveda celeste, lugar donde habitan egguns y orishas indistinta y estrechamente se interrelacionan como mensajeros entre el creador Olofin y su creación, los animales y los hombres.

Información adicional

Autor:

Ewin Lade y Omi Saide

Edad:

Todas las Edades

Páginas:

212

Idioma:

Español

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