Descripción
Fragmento del Capítulo 1
—Mar está muy extraña —dijo Cora.
Adriano la escuchó con indiferencia. Su hermana era una mujer menuda, escuálida y con grandes arrugas en el rostro, las manos y, sobre todo, en el cuello. La piel y la amplia frente tenían un tinte blanco deslucido y en sus cabellos, de un castaño desvaído, llamaban la atención las numerosas hebras blancas. Podría pasar como alguien insignificante que cuando uno la observa solo podría sentir lástima; pero ese sentimiento se deshacía cuando te encontrabas con sus ojos chispeantes e inquisidores.
Adriano pinchó una rodaja de mango con un tenedor y se la llevó a la boca. Masticó indiferente a la mujer. Ella, como una sombra, se colocó a su lado. Cora siempre reaccionaba tranquilamente; era calmosa y daba la impresión de que nada en el mundo podía asustarla. Adriano recordó cuando sus padres murieron, el rostro de su hermana había permanecido inmutable y solo algunas lágrimas humedecieron sus mejillas. Colocó el tenedor sobre la mesa y se recostó en el asiento, tratando de denotar la mayor indiferencia posible ante las palabras de su hermana, como si en ese acto de dejarse caer hacia atrás, hubiera un mensaje implícito, una respuesta a todas las preguntas y dudas de Cora. Le molestaba su intromisión en su vida privada, sus acusaciones y la forma hiriente de exponerlas; una de las muchas acusaciones contra su esposa, su Mar, la que le había dado un hijo y con la que era plenamente feliz.
—Cuando una mujer está casada, tiene compromisos con su marido y con sus hijos —Cora hizo una pausa, después agregó—: Ya son las nueve de la noche.
Adriano hizo una mueca, respiró hondo, sus dedos se apretaron en dos puños. Era un ataque solapado y sutil, una prolongación de esa carga de impotencia y menosprecio que Cora sentía por su esposa. Porque ambas luchaban por una misma causa: el amor de Adriano. Y él lo sabía, prefería obviar esa realidad, darse un momento de paz, mentirse y sentir que su hogar era perfecto, que su mundo se arreglaba en la inmensidad de su casa, que poseía una familia amorosa y comunicativa.
—Pienso que Mar es una mujer.
Adriano no respondió. ¿Qué significado tenía para Cora una mujer? Tenía que ser desleal, gozosa, ingrata e inmadura. Quiso olvidar sus palabras. Le molestaban los defectos de su hermana. Los exageraba en sus reflexiones, igual que una pareja de muchos años, donde no quedaba amor y solo sabía discutir y criticarse. Ella se le aproximó, Adriano se vio obligado a mirarla. Cora lo observaba con ojos duros e inexpresivos.
—Mar trabaja. El niño está con nosotros —le dijo a su hermana.
Adriano era un hombre alto y musculoso; en su rostro todo estaba bien proporcionado; el cabello, negro y corto. Sus ojos pequeños y oscuros trasmitían serenidad; solo cuando se molestaba, sus ojos chispeaban y la barbilla le temblaba; pero eso casi nunca sucedía. Su vida se resumía en trabajar en sus proyectos arquitectónicos y ser feliz con su familia. Una vida simple, lejos de problemas porque el Adriano infiel y mujeriego había dado paso a un Adriano tranquilo, amoroso y entregado a su esposa. Era feliz en su simplicidad porque, con el tiempo, tenía treinta años y había comprendido el verdadero valor de su vida: su familia. Desvió la mirada, no quería darle motivos a Cora para iniciar un nuevo ataque contra su esposa. Esa había sido su táctica, mirar a un lado, mostrar indiferencia y había logrado resultados positivos porque Mar y Cora, poco a poco, habían comenzado a convivir juntas como miembros de una familia. Al menos, eran las conclusiones de Adriano. Nuevamente, Cora iniciaba un ataque. Eran las nueve de la noche y Mar no había llegado a casa. Su esposa tenía responsabilidades para con su esposo y su hijo. Al menos podía llamarlo para que no se preocupara. Iba a pedirle una explicación, pero Cora nunca se iba a enterar, no le iba a dar el gustazo de saber que él comenzaba a preocuparse. Bajó la cabeza, esperando a que Cora, ante su indiferencia, lo dejase solo.
Su hermana rodeó la silla donde estaba sentado y colocó sus largos y finos dedos sobre sus hombros, apretándolos. No dijo nada, pero Adriano comprendió que aquel acto era un ataque porque su hermanito era flojo con su esposa, le permitía llegar a casa en altas horas de la noche o tener entre sus amistades a mujeres de dudosa reputación, como Eva. Porque Mar era y una mujer de respeto no le enseña los dientes a los hombres. Porque Mar era muy atractiva y no lo ocultada, al contrario, vestía con ropas apretadas que pronunciaban sus caderas, resaltaban su busto, la redondez de los muslos y su trasero. Adriano, en varias ocasiones, se preguntó qué le sucedía a Cora, trataba de buscar una explicación a todos sus desafueros. Sacó una conclusión: ella nunca se había casado, no le conocía un novio, un amante y su vida rutinaria, triste, amargada, ajena al goce del cuerpo y la compañía de un hombre, la habían llevado a ser la mujer que era ahora. Cerró los ojos y bajó la cabeza, lamentaba mucho la vida desperdiciada de su hermana.
La risa, sensual y alegre, invadió la cocina. Llegaba de la sala. Era una risa conocida, con un tono exagerado, de quien que quería sobresalir; una connotación de erótica provocación que le había despertado en Adriano su apetito sexual, pero que siempre había reprimido porque olía a peligro. Era la risa de Eva, la mejor amiga de su esposa.
Al presentarse en la sala, las encontró paradas junto a la puerta. Eva olía a perfume exótico. Adriano se preguntó de dónde lo podía sacar, era único. En Eva todo, necesariamente, tenía que ser nuevo: la ropa corta y demasiado provocativa para sus más de cuarenta años, el corte de cabello igual al de una muchacha de quince, los labios pintados de rojo caoba. Eva vivía para la ostentación y el sexo. Parecía que, fuera de eso, nada lo motivaba a vivir. Es una de esas mujeres que siempre fueron atractivas y deseadas; y les encantaba ser anheladas por todos los hombres, al llegar a esa edad donde las mujeres piensan más en la crianza de los hijos adolescentes y se sorprenden pensando en su vida rodeada de nietos. Adriano le conocía media docena de hombres en menos de dos años, sabía que habían sido muchos más.
Eduardo Ralle
Hello Peter me gusto mucho tu libro, ?Cuando haces el proximo? please
Eduardo Ralle
Pronto desde que vire de mi viaje
Gracias
Duandy Otazo
Hola, pues yo no creo, le falta intensidad
Marlene Garcia Perez
Sorry, yo le vi buena dinamica y velocidad
Maykel Carmona
A mi me gusto el diseño de portada
Eduardo Ralle
De acuerdo con usted, quedo serio y recio
admin
todo quedo listo
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